Sobrevivientes del horror: Miriam Lewin

MIRIAM LEWIN

 

Su militancia

En 1970, comenzó a estudiar en el Colegio Nacional Buenos Aires. Al principio sus intereses pasaban por la literatura, pero, al cumplir 14 años de edad, sus inquietudes se volcaron a la militancia dentro del anarquismo. Allí conoció a Norma Matsuyama, también estudiante del Buenos Aires, una chica un año menor, quien provenía de una familia humilde de origen japonés. Junto a ella, Miriam, pasó a militar en el peronismo. Hoy, recuerda las palabras de un compañero que la motivaron a hacer el cambio: “Todo muy bien el anarquismo como utopía, pero si vos querés transformar la realidad en Argentina tenés que ser del peronismo”.

Así es como ambas decidieron “proletarizarse”. Para ello, ingresaron, en calidad de obreras, a una fábrica de lamparitas en Villa Lugano. Allí vieron una tremenda explotación de la clase trabajadora. Luego de unas semanas lograron sindicalizar a todo el personal. Miriam estaba contenta, pero tenía problemas en su casa: sus padres estaban muy enojados porque pretendían tener “una hija universitaria”. Lo que ocurría en realidad era que su hija se estaba “volviendo obrera”. Es así como el padre de Miriam, haciendo uso de su potestad, presentó la renuncia de su hija. Y después de eso, la obligó a anotarse en una carrera.

Miriam eligió inscribirse en la escuela de periodismo del Instituto Grafotécnico. Allí conoció a quien sería su novio, Juan Eduardo Estévez, un compañero de estudios que también militaba en la JTP (“Juventud Trabajadora Peronista”). Además, optó por anotarse en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, para cursar la carrera de Economía. Por la influencia de su novio, trabajador de prensa, y por el contacto con la agrupación universitaria que había en Económicas, Miriam decidió encarar de lleno la militancia peronista.

Sin embargo, ya corría el año 1975 y la pareja comenzaba a notar una intensa escalada represiva. Los atentados de la Triple A (“Alianza Anticomunista Argentina”) comenzaron a aterrorizarlos. Miriam volvía a tener discusiones con su padre debido a que éste le recomendaba no correr tantos riesgos. Así pues, ella comenzó a pasar menos tiempo dentro su casa.

El 24 de Marzo de 1976 se produjo el Golpe Cívico Militar y  la represión se multiplicó. La joven pareja Lewin-Estévez percibía como los militares “levantan” a sus amigos. Para no ser capturados, comenzaron a escapar de sus lugares de residencia habitual. Como así también, de los sitios que solían frecuentar. Por ende, Miriam dejó de asistir a la facultad.

Paralelamente a todo esto, se encontró con Patricia Palazuelos, hija de Néstor Palazuelos, Brigadier de Fuerza Aérea Argentina, una ex compañera del Nacional Buenos Aires. En 1976, Patricia era militante de Montoneros junto a su compañero con Eduardo Giorello, el mejor amigo de Juan Eduardo Estévez. Los compañeros de militancia de Miriam le avisaron que Patricia había participado de un operativo importante: la colocación de un explosivo en el Edificio Cóndor. Acto seguido, Miriam debió abandonar definitivamente su hogar ya que, con certeza, los militares irían por ella mientras buscaban a Patricia.

Eso es exactamente lo que ocurrió ya que en una de las llamadas que Miriam habitualmente hacía desde la clandestinidad hacia su casa, su mamá le dijo: “Acá hay unos señores que te quieren hacer unas preguntas y después te van a dejar ir”. Miriam, por supuesto, cortó inmediatamente el teléfono. Ella, por aquellos años, vivía en una pensión pobrísima en Ciudadela junto a una compañera militante.

Buscando a Lewin y a Palazuelos, los militares llegaron a Norma Matsuyama. La asesinaron, luego de un tiroteo en su casa de la calle Nueva York 2825 junto a su pareja Eduardo “Tito” Testa y a una adolescente uruguaya de 16 años de edad embarazada de nombre Adriana Gatti.

Lewin huyó de la pensión y recayó en Villa Madero, partido de La Matanza. Allí habitó una casa muy precaria junto a Estévez. Sólo viviría 17 días en ese lugar. Paralelamente entró a trabajar (obviamente “en negro”) en una fábrica de muebles de Lomas del Mirador. Una vez, mientras llamaba desde un teléfono público a la casa de sus padres, notó la presencia de un hombre que la venía siguiendo. Miriam, para evitarlo, subió a un colectivo. Pero el hombre se subió detrás de ella. Instantes después, en la concurrida parada de la Avenida Crovara, Miriam se tiró del colectivo antes de que la puerta cerrara. Y el “perseguidor”, se arrojó tras ella. Una vez en la vereda, el hombre (que ya tenía tres acompañantes más) le gritó: “¡Policía!” y la tackleó. Ella intentó meterse en la boca una pastilla de cianuro para no ser capturada viva pero se la sacaron antes de que la pudiera tragar. Segundos después, la metieron en un vehículo Ford Falcon color bordó.

 

El secuestro  

Era el día 17 de mayo de 1977. Miriam se encontraba en un auto siendo secuestrada, mientras le dijeron: “¡Qué suerte que te tenemos! Sos una hija de puta, por culpa tuya hace mucho que no tenemos días de franco”. La llevaron a una comisaría (aparentemente la 44º, ubicada sobre Av. Rivadavia) y allí la picanearon, amenazaron con violarla, le aplicaron el submarino seco y le dispararon en la sien con un arma descargada, jugando a la ruleta rusa. Le preguntaron por Patricia Palazuelos. Le repetían incesantemente: “¿Dónde está?”. Miriam realmente no sabía donde podía estar Patricia. Pero, más tarde, les dio una dirección falsa para poder ganar tiempo ya que no aguantaba más la picana eléctrica. Segundos después la subieron nuevamente al auto y la llevaron a “marcar” la casa.

Miriam los llevó a una zona cercana a las calles Nazca y Álvarez Jonte. Les dijo: “Una vez yo vine a una casa de un amigo del Tano acá y creo que Patricia puede estar en este momento acá”. Los militares no encontraron nada, entonces decidieron trasladarla a la casona de Virrey Cevallos 628/630/632. Allí comenzaría una estadía de varios meses.

Lo primero que hicieron los represores es meterla en una de las celdas que Cevallos tenía en el primer piso. Allí la dejaron junto a un guardia que después de un tiempo comenzaría a hablarle. A ese guardia lo llamaban el “Sota”. Luego vinieron varios más y le levantaron a Miriam el antifaz para que pueda ver. Allí notó que los represores eran jóvenes y que no eran diferentes visualmente a los militantes. “Si nos queremos infiltrar, nos tenemos que parecer a ustedes”, reían jocosamente.

Los días siguientes Miriam habló frecuentemente con el “Sota”. Él le leía la Biblia. Ella le preguntaba por qué si cree en Dios sostiene que torturar está bien. El “Sota” decía que a la violencia la empezaban los militantes. La relación que tuvieron los dos durante el cautiverio en Cevallos fue buena, pero en un momento, luego de la fuga de Osvaldo López, el “Sota” acusó a Lewin ante sus superiores de haberle brindado información al fugado.

Miriam nunca fue torturada en Cevallos y se le permitió efectuar llamadas a su familia (sin decir que estaba secuestrada, sino que seguía en la clandestinidad). Sin embargo, estaba muy angustiada porque no sabía qué harían con ella. Eso hizo que adelgace muchos kilos.

Paralelamente Miriam comenzó a notar algunas cosas del funcionamiento de la casa. Veía que las cajas de la comida que le daban provenían de la pizzería “La Pipa de mi Papá” y de “Cachavacha”. También escuchaba referencias al playón de estacionamiento del Departamento Central de la Policía Federal. Allí estacionaban los autos los represores cuando no había lugar en el garage de Cevallos. Alguna vez también escuchó un  comentario acerca de una “ferretería de la calle Chile antes de llegar a Santiago del Estero”. Por todos esos datos, Miriam comenzó a inferir que se trataba de una casa situada en la zona de Monserrat. Pero no sabía exactamente dónde estaba.

 

Entre los represores, Lewin vio al “Sota”; a “Quique” (hermano del anterior); al secuestrador (un hombre de pelo castaño, tez blanca y cara de niño); a uno que ella llamaba “el Socialista” (porque él comentaba que su padre era simpatizante de ese Partido); a un quinto al que le decían “Tato” o “Corazón”, de pelo crespo y bigotes a quien vio mucho después salir de una dependencia de la obra social de Ejército en la calle Santiago del Estero.; y también a un sexto que se apodaba “Charola” y se ocupaba de la Guardia. Un séptimo represor era rubio y joven. Otro que también era rubio y tenía un aspecto de alemán y la cara picada de viruela. Y a un noveno, calvo, que tenía acento mendocino y ojos verdes y parecía uno de los jefes, aunque no el máximo. Es el que durante su tortura le descubrió los ojos  y le dijo “Soy el dueño de tu vida y de tu muerte”. El encargado de la comida en la casa era un hombre con acento correntino, moreno, con cabello grueso  oscuro y lacio.

 

102_1036

Vista desde el balcón del 8º piso del edificio lindero a La Casa de “Virrey Cevallos” desde donde puede verse la terraza del ex CCDTyE.

   Miriam pasaba horas hablando con el “Sota” sobre religión. Nadie mas le preguntaba por su militancia pasada. Sospechaba que los represores la mantenían viva para que reconozca a su amiga el día que la localizaran., hasta que un día, en Octubre de 1977, le contaron que Patricia Palazuelos fue abordada en zona Sur en un operativo de las Fuerzas Conjuntas y que después de un enfrentamiento, ya cuando no le quedaban más balas, se encerró en un baño con su novio Giorello y se suicidaron con una granada. Esta era la versión de los represores, que le dijeron que la policía bonaerense había entrado buscando un “chorro”. Poco tiempo después, trasladaron a Miriam a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).

 

El después

Miriam Lewin llegó a la ESMA en Marzo de 1978 y allí confirmó que había estado anteriormente en algún lugar relacionado con la Aeronáutica. Todos le decían “vos sos la chica de Fuerza Aérea”. En la ESMA, además, Lewin notó que Emilio Eduardo Massera estaba organizando su proyecto político y que utilizaba trabajo esclavo del CCDTyE para sostenerlo. Ella fue obligada a sumarse como traductora y compiladora de prensa, primero dentro de la ESMA, luego en el Ministerio de Bienestar Social (por entonces a cargo de la Marina) y finalmente en unas oficinas de la calle Cerrito que Massera había adquirido para su futuro partido. Ya para esta última etapa Lewin vivía en el barrio de Núñez, en un departamento que los represores le obligaban a alquilar. Vivía bajo un sistema de “libertad controlada”: no podía elegir de qué trabajar y dónde residir, pero podía transitar por la calle “libremente”.

 

Un día, embarazada, mientras iba al centro de la ciudad en el subte, se encontró por azar con uno de los represores de Cevallos. El hombre la invitó a tomar un café, el cual ella aceptó (tiempos de ausencia del libre albedrío en el país).  Se trataba del “Sota”, el joven religioso que oficiaba de guardia en la vieja casona. Él le preguntó qué estaba haciendo de su vida. Y ella respondió que está muy abocada a su embarazo y que planeaba una nueva vida fuera del país. Él le sugirió volver a estudiar. Y ella le contestó que tal vez Sociología sería una buena carrera. “Siempre metiéndote en problemas vos”, le espetó el represor riéndose. El Sota le dio a entender que seguía “trabajando” en Cevallos, pero que soñaba con convertirse en Ingeniero Aeronáutico. Le hubiera gustado construir aviones. Se dedicó a ser represor y asesino…

Hoy, Miriam Lewin, es una notable periodista y luchadora incansable en defensa de los Derechos Humanos.

 

miriam

Miriam Lewin

       Próxima entrega: Recuperación de la Memoria – Conclusiones

4 respuestas a “Sobrevivientes del horror: Miriam Lewin

  1. Ay, pobrecita, «fue obligada a sumarse».
    Ella decidio colaborar y marcar compañeros.
    Y ahora en sus libros se exculpa. Cagandose en los compañeros que no se quebraron.

  2. Pingback: Radio JGM y Cine Club realizaron foro sobre prensa en la dictadura argentina – Radio JGM

Deja un comentario