«Destapando la olla» – «Testigos» y «Ojos que no ven…»

 “Destapando la olla

Como intento de acelerar el reconocimiento legal de La Casa como Centro Clandestino de Detención, e impedir su venta, se organizó un escrache el 22 de julio de 2003 donde participaron distintos organismos de Derechos Humanos, vecinos y algunos sobrevivientes como Miriam Lewin y Osvaldo López.

Esther Pastorino recuerda lo importante que fue ese día, ya que les permitió dejar señalizado el lugar con figuras alusivas y afiches para que todos dieran cuenta del horror allí vivido. Esa angustia de saberlo y no poder contarlo se terminó para muchos vecinos, quienes sintieron el apoyo de alguien más y se animaron a hablar. De a poco la memoria dejaba de lado el olvido.

La “Agrupación Vecinos de San Cristóbal Contra la Impunidad”, además de presentar notas al Gobierno de la Ciudad y la Nación para solicitar la expropiación de La Casa, buscó asesoramiento para gestionar un amparo ante la Justicia para impedir que sus propietarios hicieran modificaciones.

El CELS realizó el trámite ante el Tribunal incorporándolo en la causa contra el Cuerpo del Ejército. A los pocos días, tras investigar más a fondo, se enteran de la existencia de la Ley 961/2002 por la cual se crea el “Instituto Espacio para la Memoria” (IEM), donde se determina que se preservarán todos los Sitios donde hayan funcionado Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio para la Memoria pública y colectiva.

 

Testigos

Gustavo Chavay se mudó en 1974  con su familia al barrio de Monserrat, justamente al lado de La Casa. Para entonces, alguien de apellido Lamas, fletero de profesión, vivía en uno de los dos compartimentos en que se dividía el inmueble. El otro lo ocupaba  alguien de quien no recuerda el nombre, aunque lo describe como “una persona del interior del país”.

Dos años después, empezó a ver repetidamente entrar y salir vehículos a toda velocidad, sin patente, del portón de Virrey Cevallos. Le atemorizaban  las armas largas que portaban sus ocupantes apuntando hacia el cielo en las noches cerradas. Su padre, preocupado por el movimiento extraño, se comunicó con gente conocida de la Comisaría 6ta. Allí le dijeron que se quedara tranquilo, ya que “no pasaba nada”, que lo que veía eran únicamente “movimientos de oficina”.

Por el pasillo de su edificio vio pasar a más de un escurridizo militar que se escapaba de sus ‘’labores“. Los integrantes del Grupo de Tareas que salían por las noches («la patota»), saltaban de la terraza de La Casa a la suya y bajaban por las escaleras. Nadie se animaba a decirles nada, actuaban con total tranquilidad, gracias a la impunidad imperante en aquellos años.

 

Cafe EL POTOSIChavay asegura no haber tenido contacto con los dueños de Cevallos hasta 1994, año en que tuvo que recurrir a ellos por una mancha de humedad en la medianera. Luego de mucho rastrear, dio con el paradero de los propietarios, los hermanos Río, quienes tenían a su cargo “Café El Potosí” en la esquina de Av. Rivadavia y Junín, en la Ciudad de Buenos Aires. Fue citado allí mismo y en esa oportunidad tuvo su primer y único encuentro con Leonardo Río, el mayor de los dos hermanos, quien se comprometió a solucionarle el problema. Después de eso, nunca más lo vio.

Desde que compraron la propiedad en 1971, algunos vecinos creen que La Casa siempre fue alquilada, incluso tomada, pero no habitada por sus dueños.

Otra de las vecinas que se animó a hablar fue René Córdoba. Ella fue entrevistada por el programa “Punto Doc” del canal “América tv”, en su emisión transmitida en el mes de Julio de 2003, al poco tiempo de realizarse el primer escrache a La Casa. Allí recordó que (…) “al pasar por la vereda sentí que pedían auxilio. Un pedido muy angustioso de auxilio era”. Hoy, ella ya no está, pero su hija Diana todavía  no puede olvidar el relato de su madre.

Ojos que no ven…

Algunas cosas del barrio cambiaron con los años, pero muchas otras siguen estando iguales, como fotografías sepias y ajadas por el tiempo y el dolor.

Los vecinos que frecuentan la zona, siguen caminando sin hablar, ignorando cierta verdad. Ciegos ante una realidad que está a la vista, con un cartel gigante que clama y reclama ser leído, aunque la mayoría prefiera no mirar.

A cada paso es posible chocarse con vecinos de larga data en el barrio. Muy dispuestos al diálogo nostálgico, sin embargo son reticentes cuando se les pregunta por esa Casa incómoda. En diagonal a La Casa, observándola desde un lugar “privilegiado”, hay una antigua carnicería, con azulejos de color crema y un amplio mostrador de mármol frío, tan helado como los dichos del dueño del local quien no dudó en decir: “habrán hecho las cosas de noche porque yo no vi nada” a pesar de lo habitúes que eran los uniformados a su negocio.

Sobre la calle Chile, en la misma cuadra del Local de la Regional 1 de la “JOTAPÉ”, hay una ferretería, ya gastada por el paso de los años, con su olor característico a chapa, metal, óxido y grasa, la cual, según testimonios, proveía lo necesario para los arreglos de La Casa a los integrantes del Grupo de Tareas. A pesar de eso, su propietario, que aún sigue en el barrio desde hace 48 años, recuerda muy bien los hechos que sucedían en el local peronista, cuando el país era “manejado por ellos” aunque parece nublarse el panorama al hablar de militares, a pesar del cotidiano trato que tenía con quienes manejaban la zona en años de represión. Nostálgicos como un tango que se escuchaba en la «Bótica del Ángel», en Luis Sáenz Peña 541, entre Venezuela y México. Melancólicos que recuerdan lo sabrosas que eran las pizzas de “La Pipa de mi Papá”, esa pizzería de Héctor Buonsanti, uno de los integrantes junto a Estela Raval de “Los 5 Latinos”, emplazada en Chile y Virrey Cevallos, o las pizzas de “Cachavacha”, ubicada en México y Solís. Tan sabrosas eran esas pizzas que los “obedientes de la ley y el orden” compraban seguido allí.

Hoy en día, en el barrio, “el no me meto” o “algo habrán hecho” es moneda corriente y es más fácil encontrar a vecinos pertenecientes a la “Asociación de Amigos de la Comisaria 18º” que a vecinos que se reivindiquen con aquella generación que miró más allá de su propio ombligo.

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